sábado, 29 de marzo de 2014

Benzaldehído

Fuego en las entrañas revestidas de plomo que, por tal combinación, convivían con espasmos como lo hacen la música y el silencio.

Con ese cáncer dentro, sufría las horas más bajas de su sol, que se enfriaba todos los días como si de un noviembre abocado, inexorablemente, a la nieve perpetua, que representa el encierro, se tratase. Un agujero negro y altamente gravitacional al que bien poco le importaban las señales del resto del cuerpo que imploraba clemencia con un llanto sórdido y perdido en la ventisca de ese noviembre frío, siempre y cuando su deformación particular del espacio material siguiera haciéndole dueño, a la fuerza (de la gravedad), de todo cuanto engullía.

Miedo.

Pero el camino estaba tomado y ella se maldecía por saber, en su fuero interno, que lo volvería a tomar sin siquiera sentir la presión del gatillo, que firmó su contrato, contra sus falanges de pianista.

Promesas etéreas y vanas palabras se amontonaban (inocente de ella) dejándole un sabor amargo en la tráquea. Un amargo tan denso que bloqueaba el aire y teñía de rojo su lechosa piel. Un amargo que se tragaba una y otra vez convencida (ciega) de que se acabaría. Esperando el dulce, oteándolo en el horizonte y festejando cualquier atisbo de su efímero y magnético olor. Olor que aparecía en ocasiones contadas solo para recordarle, sin decir nada, con superioridad y soberbia que, como ella, había muchas otras personas y que no por ser su garganta la que tragara la amargura -hecha miga- iba a ser la primera de la lista. Un olor lleno de inseguridad y poco empático pero que, sin duda, quería retener en sus fosas todo el tiempo posible.

Un timo a mano armada donde ella, aún a sabiendas, invertía todo cuanto tenía, con la certera duda que le daba un "te prometo" que ella misma defendía hasta el punto de verse estúpida haciéndolo y no quedar otra salida que evadirse de nuevo. Costase mucho o muchísimo.

Ya los momentos de abstracción valían lo que los malos mil veces, siendo total e inversamente proporcional la frecuencia con la que los mismos acontecían.

Basura.

Efímera y anhelada mierda que le calmaba el cuerpo y desentumecía la mente. Ya no podía sin ello, ya no podía con ello. Y entre esa melodía, que tantas otras veces había tarareado, escribía su última carta a nadie pero para todos. Rodeada por el negro halo que le cambiaría la existencia.

                                                                                                                                                                                                                                                                                            



-¿Qué tenemos aquí?

-Mujer, 23 años. No hay signos de violencia, sólo marcas en el brazo y entre los dedos de los pies.

-Sobredosis...

-Eso parece.

-Salgamos fuera a esperar a los forenses.

-Sí, aquí huele como... amargo.

-Es una lástima.