lunes, 24 de diciembre de 2012

Gracias

-Dime, ¿Por qué me quieres?

¡PUM! Estalla... En mil pedazos, cada uno persiguiendo al de delante, y agobiado por el anterior, hasta rincones olvidados, puede que nunca conocidos, del complejo sistema de ideas que es nuetro cerebro. Mil secuencias en una milésima. Encajo la pregunta como un golpe bajo y certero al punto más debil de mi racionalidad y acto seguido (quizá por el suave deslizarse de la palabra "quieres" desde sus labios, dueños de mi riego, hasta mis tímpanos, agraciados por la onda perturbadora de la quietud del aire, efímero sin ella, que son sus palabras) sonrío, de lado, me sonrío. No yo, sino yo, en mi enredo más profundo y abismal, me confundo y quedo suspendido en el vacío mental, en veces lleno de orden y rigor, y en otras azotado por musical entropía. Mis ojos se entornan, mis vellos se erizan, mi lengua se seca y tu corazón deja de latir para solicitar bramando un pase al mundo exterior, lejos de los muros que, en no contadas ocasiones, sucumben al roce de tus suspiros.

Y tras todo esto, sigo sin respuesta, embobado, perplejo... Enamorado.

Solo ahora, con la tinta húmeda y las ideas vertiéndose en el papel, descubro la respuesta. ¿Que por qué te quiero tanto? Precisamente, y sin que sirva de precedente, te quiero tanto porque no sé por qué te quiero. Y eso, amigos míos, es maravilloso, no podía ser menos.