sábado, 6 de octubre de 2012

¿Por qué el sol y no las estrellas?

Abrir un nuevo día y sentir el calor que atraviesa el contaminado aire y acelera las partículas de nuestra piel es algo trivial, o, al menos, eso dice la gente, infelices... Es una estrella más, dicen. No lo comparto. Es mi estrella, y por tal, deja de denominarse estrella para llamarse Sol. El universo está plagado de ellas, las hay de todos los tamaños e incluso de muchos colores. Colorean nuestro cielo (la vida) y nos dejan embobados al mirarlas. Es precioso y placentero el ir de estrella en estrella, posando la mirada en cada brillo en el camino e incluso la imaginación o el alma. Miles de ojos se pasan la vida paseando por estrellas, y son felices, o, al menos, eso dicen.

Pero el Sol... El Sol no tiene punto de comparación. Este cuerpo celestial les supera en tantos aspectos a las pobres y lejanas estrellas que no sabría por donde empezar si me lo preguntara a la cara, a 10cm. Cuando sale el Sol no puedes ver las estrellas, porque, a pesar de que siguen ahí, carecen de poder (o atención) al lado de mi estrella. Son incompatibles, por descontado. Cuando te fijas en las estrellas, incluso en constelaciones, puedes pasarte la noche descubriendo nuevos nudos en esa gran mancha de leche, o fuera. Pero cuando miras al Sol, cuando te pierdes en la inmensidad de su interior (o en la belleza de su superficie), pasan cientos de momentos hasta que tu percepción visual del mundo vuelve a ser buena, o como quiera que fuera antes. Cientos de momentos, breve periodo de tiempo en contraposición al placer que me reportan las hormonas que, voluntaria o inconscientemente, son liberadas en mi pequeño ser como reacción a cualquiera de sus formas de manifestarse.

¿Por qué el Sol y no las estrellas? No tengo una repuesta ni clara ni concisa, ni siquiera coherente, quizá por eso me guste más cada día. Alguien, una vez me dijo que el motivo que busco se puede ver en mi mirada. Supongo que ese alguien estaría viendo al Sol reflejado en mis ojos.