Aquel
que tiene la voluntad de escoger
Y así,
entre brisas y pálpitos, mueren los días dejando su lugar a la vida.
Esa sensación,
las tripas se levantan y se ponen en pie dentro de uno mismo, pisando todos y
cada uno de los nervios del cuerpo en su torpe despertar. Esa sensación, que
solo puede ser provocada por una luz aliñada con el color, salpicada del
perfume de ese ser imperfecto. No hay luz más pura que la manchada por su
contacto. Se graba en la retina, como esculpida a caricias. El cerebro recibe el
éxtasis y, al no haber gestionado algo así jamás, se limita a tensar las mejillas
forzando una semisonrisa cerrada para que esa lagrima cerebral no se escape por
ella.
Cuidadoso
de que la sombra de los dedos, que desprenden sus falanges por tocarla, no perturbe
la tibia tranquilidad del reposo perfecto de aquel cuerpo, paso mi brazo por su
fragancia y lo cerco para mí. Se ha movido, ha sido un chasquido de un
engranaje que vuelve a girar. Arrastro mi cadera por aquella cama (nube en su
presencia) hasta encajar en una posición en la que si nos fosilizáramos nos analizarían
como uno solo.
Dicen que
la belleza de un acto está en el camino y no en el final (como la
masturbación). En este caso, el cenit es lo que hace que todo el sigilo y la precaución
merezcan la pena. Hundir la cara en su nuca con los pulmones vacíos y llenarlos
de este estimulo que los que lo aprecian poco y mal llaman olor es,
absolutamente, lo mas cerca que puede uno estar del nirvana, el cielo o el
infierno, lo que cada uno mas desee.
Y así
muero dejando mis días a merced de su vida
Pura
Y así,
entre pelos de punta y sonrisas ocultas, muere mi vida dejando lugar a sus días.
Ansia,
no hay otra palabra que pueda describir mejor ese estado. El corazón se me sale
del pecho si pienso lo cerca que esta. A mi espalda, sé que me esta mirando
porque noto la calidez de su mirada en mi nuca, calentándome las ideas. Mi cuerpo
se deshace en dos mitades (despreciando totalmente la pequeña partícula de mí
que de veras quiere dormir así), la que quiere darse la vuelta y devolverle la
mirada e instalarse en sus familiares retinas y la que quiere que sea él quien
lo haga, privándome de reacción alguna por la complejidad del momento.
Como nubes
fugaces, noto sus dedos pasando por encima de mis parpados. Su sombra calienta más
incluso que el mismo sol. Caminan por mi barbilla y mi cuello hasta posarse en
mis caderas, melancólicos, haciendo crujir algo en mi interior. Dejo que la
gravedad me lleve cama abajo en la pendiente que genera su movimiento hacia mí
con la intención de chocar cuanto antes. Somos uno.
Completamente
todos y cada uno de mis vellos se erizan al notar como recoge para sí el aire
que guardaba tras mi nuca para un momento así. Me estremezco y paso la lengua
por mis labios ariados como único movimiento que puedo hacer sin romper la
fragilidad del tiempo que se desliza entre mis dedos. El paroxismo agota mis
sentidos. Es único, invencible, imperfecto.
Y así
vivo, dejando su muerte a merced de mis días.