lunes, 24 de diciembre de 2012

Gracias

-Dime, ¿Por qué me quieres?

¡PUM! Estalla... En mil pedazos, cada uno persiguiendo al de delante, y agobiado por el anterior, hasta rincones olvidados, puede que nunca conocidos, del complejo sistema de ideas que es nuetro cerebro. Mil secuencias en una milésima. Encajo la pregunta como un golpe bajo y certero al punto más debil de mi racionalidad y acto seguido (quizá por el suave deslizarse de la palabra "quieres" desde sus labios, dueños de mi riego, hasta mis tímpanos, agraciados por la onda perturbadora de la quietud del aire, efímero sin ella, que son sus palabras) sonrío, de lado, me sonrío. No yo, sino yo, en mi enredo más profundo y abismal, me confundo y quedo suspendido en el vacío mental, en veces lleno de orden y rigor, y en otras azotado por musical entropía. Mis ojos se entornan, mis vellos se erizan, mi lengua se seca y tu corazón deja de latir para solicitar bramando un pase al mundo exterior, lejos de los muros que, en no contadas ocasiones, sucumben al roce de tus suspiros.

Y tras todo esto, sigo sin respuesta, embobado, perplejo... Enamorado.

Solo ahora, con la tinta húmeda y las ideas vertiéndose en el papel, descubro la respuesta. ¿Que por qué te quiero tanto? Precisamente, y sin que sirva de precedente, te quiero tanto porque no sé por qué te quiero. Y eso, amigos míos, es maravilloso, no podía ser menos.

sábado, 6 de octubre de 2012

¿Por qué el sol y no las estrellas?

Abrir un nuevo día y sentir el calor que atraviesa el contaminado aire y acelera las partículas de nuestra piel es algo trivial, o, al menos, eso dice la gente, infelices... Es una estrella más, dicen. No lo comparto. Es mi estrella, y por tal, deja de denominarse estrella para llamarse Sol. El universo está plagado de ellas, las hay de todos los tamaños e incluso de muchos colores. Colorean nuestro cielo (la vida) y nos dejan embobados al mirarlas. Es precioso y placentero el ir de estrella en estrella, posando la mirada en cada brillo en el camino e incluso la imaginación o el alma. Miles de ojos se pasan la vida paseando por estrellas, y son felices, o, al menos, eso dicen.

Pero el Sol... El Sol no tiene punto de comparación. Este cuerpo celestial les supera en tantos aspectos a las pobres y lejanas estrellas que no sabría por donde empezar si me lo preguntara a la cara, a 10cm. Cuando sale el Sol no puedes ver las estrellas, porque, a pesar de que siguen ahí, carecen de poder (o atención) al lado de mi estrella. Son incompatibles, por descontado. Cuando te fijas en las estrellas, incluso en constelaciones, puedes pasarte la noche descubriendo nuevos nudos en esa gran mancha de leche, o fuera. Pero cuando miras al Sol, cuando te pierdes en la inmensidad de su interior (o en la belleza de su superficie), pasan cientos de momentos hasta que tu percepción visual del mundo vuelve a ser buena, o como quiera que fuera antes. Cientos de momentos, breve periodo de tiempo en contraposición al placer que me reportan las hormonas que, voluntaria o inconscientemente, son liberadas en mi pequeño ser como reacción a cualquiera de sus formas de manifestarse.

¿Por qué el Sol y no las estrellas? No tengo una repuesta ni clara ni concisa, ni siquiera coherente, quizá por eso me guste más cada día. Alguien, una vez me dijo que el motivo que busco se puede ver en mi mirada. Supongo que ese alguien estaría viendo al Sol reflejado en mis ojos.

sábado, 8 de septiembre de 2012

RUM

Como la música, talento.
Luna que sube mi marea
y limpia mis ojos de brea.
Como la música, sentimiento.

Alegría, luz en las madrugadas.
Joven universo en expansión,
cuerda, viento, percusión.
Gotas de papel mojadas.

Amanecía la noche, imprevista,
adelantando a su sombra moría.
Dejarla pasar fue la conquista.

Arpegios acordados, siempre sonreía.
¿No lo sabes? Tengo una pista:
mi mariposa vive más de un día.

sábado, 30 de junio de 2012

novena


Aquel que tiene la voluntad de escoger

Y así, entre brisas y pálpitos, mueren los días dejando su lugar a la vida.

Esa sensación, las tripas se levantan y se ponen en pie dentro de uno mismo, pisando todos y cada uno de los nervios del cuerpo en su torpe despertar. Esa sensación, que solo puede ser provocada por una luz aliñada con el color, salpicada del perfume de ese ser imperfecto. No hay luz más pura que la manchada por su contacto. Se graba en la retina, como esculpida a caricias. El cerebro recibe el éxtasis y, al no haber gestionado algo así jamás, se limita a tensar las mejillas forzando una semisonrisa cerrada para que esa lagrima cerebral no se escape por ella.

Cuidadoso de que la sombra de los dedos, que desprenden sus falanges por tocarla, no perturbe la tibia tranquilidad del reposo perfecto de aquel cuerpo, paso mi brazo por su fragancia y lo cerco para mí. Se ha movido, ha sido un chasquido de un engranaje que vuelve a girar. Arrastro mi cadera por aquella cama (nube en su presencia) hasta encajar en una posición en la que si nos fosilizáramos nos analizarían como uno solo.

Dicen que la belleza de un acto está en el camino y no en el final (como la masturbación). En este caso, el cenit es lo que hace que todo el sigilo y la precaución merezcan la pena. Hundir la cara en su nuca con los pulmones vacíos y llenarlos de este estimulo que los que lo aprecian poco y mal llaman olor es, absolutamente, lo mas cerca que puede uno estar del nirvana, el cielo o el infierno, lo que cada uno mas desee.

Y así muero dejando mis días a merced de su vida

Pura

Y así, entre pelos de punta y sonrisas ocultas, muere mi vida dejando lugar a sus días.

Ansia, no hay otra palabra que pueda describir mejor ese estado. El corazón se me sale del pecho si pienso lo cerca que esta. A mi espalda, sé que me esta mirando porque noto la calidez de su mirada en mi nuca, calentándome las ideas. Mi cuerpo se deshace en dos mitades (despreciando totalmente la pequeña partícula de mí que de veras quiere dormir así), la que quiere darse la vuelta y devolverle la mirada e instalarse en sus familiares retinas y la que quiere que sea él quien lo haga, privándome de reacción alguna por la complejidad del momento.

Como nubes fugaces, noto sus dedos pasando por encima de mis parpados. Su sombra calienta más incluso que el mismo sol. Caminan por mi barbilla y mi cuello hasta posarse en mis caderas, melancólicos, haciendo crujir algo en mi interior. Dejo que la gravedad me lleve cama abajo en la pendiente que genera su movimiento hacia mí con la intención de chocar cuanto antes. Somos uno.

Completamente todos y cada uno de mis vellos se erizan al notar como recoge para sí el aire que guardaba tras mi nuca para un momento así. Me estremezco y paso la lengua por mis labios ariados como único movimiento que puedo hacer sin romper la fragilidad del tiempo que se desliza entre mis dedos. El paroxismo agota mis sentidos. Es único, invencible, imperfecto.

Y así vivo, dejando su muerte a merced de mis días.

martes, 19 de junio de 2012

Pues vale...

Y la vida en un suspiro.
Tan amarga, tan rota de miedo.
Frágil como el crepitar de un hielo,
ahora siento lo que escribo.

Brota de mi mente, no hay clemencia,
donde había flores ya no hay suerte,
quien tenía vida yace inerte.
El control acaricia a la apariencia.

Empalaga y envenena a una vez,
mortal daga a la esperanza.
fatuo infierno bajo la tez.

Solo aquí, en la coda de esta danza,
siento alivio, ya no hay sed,
ha muerto, romántica, mi venganza.

miércoles, 2 de mayo de 2012

La Ansiada

Blanco enemigo, de vida carente.
Sorbos de néctar, quizá un don.
Vacío, antipático salón
donde brotan aladas simientes.

En el que prosa en su brazo,
en quien trastea en la madera,
como el invierno, muerte en primavera,
como la tensa calma del orgasmo.

Así llega, tenue y arpegiada,
a veces, suspiro de lamento,
otras, chispa previa a llamarada.

¿La conoces? Te la presento:
Inspiración, en batallas, mi aliada
contra su némesis, el silencio.

domingo, 25 de marzo de 2012

La Cinta de Möbius


Salió de clase confusa con la explicación del profesor. Ella era una de esas alumnas que preferían escuchar dos frases y divagar en ellas hasta encontrar la trufa que las hacía inteligibles antes que abrir las tragaderas y colar tinta en un cuaderno. Había pocos en clase como ella y los profesores lo sabían. Siempre sentada en la tercera fila, sin abstraerse del mojón del discurso pero sin rendir dulce pleitesía al orador desde la primera 
fila.

Si preguntaras a cada persona del aula por qué iban a clase, todos respondían con firmeza y convencidos: “Para labrarme un futuro mejor” (o sucedáneos). Incluso los profesores, a su modo. Ella era el lirio en el desierto, tirado o arraigado ¿qué más da? Ella asistía a aquellos insoportables soliloquios por la razón más simple, y en el fondo, más noble: aprender. Muchas veces se había planteado si le gustaría el trabajo que tuviera de mayor, pero no por ser desagradecido o poco motivante. La verdadera pregunta era: ¿Por qué no puedo seguir aprendiendo toda la vida en lugar de tener que llegar a un punto en que tenga que verter todo lo aprendido para que sirva de algo? ¿Acaso no sirve de nada tenerlo en la cabeza? No le gustaba la posición en que le ponía esa hipótesis y no le daba vueltas, al fin y al cabo, bendita ignorancia.
Seguía con la clase de Topología en la cabeza. La cinta de Möbius, ¡qué brillante invención! Era totalmente desconcertante. A mucha gente le preguntas por algo que tenga una cara y te dice “una esfera ¿no?”. Pobres… nunca podrían entender la majestuosidad de la Cinta ¿Cómo podía algo tener una sola cara? Nadie puede tener una cara, incluso la luna tiene una cara oculta. Era una idea de honestidad matemática, algo que no podía darte la espalda. Con solo imaginársela se le hacía la mente pequeña. Se veía caminando por la cara del geoide en línea recta y pasando por el punto opuesto, tras una vuelta. Te pillaba por sorpresa, ibas por la parte exterior y de repente, sin creértelo, estabas en la interior.
Llegó a casa y la construyó con un folio. La puso en la estantería, bien alta, para tenerla siempre presente. Allí, entre el cuadro que había pintado recientemente, “Alma”,  y un viejo trabajo manual en cera que había optado por bautizar “Cera”. Era lo único a lo que se parecía.

Día largo y estresante. De camino a la cocina encontró aquel raído pero confortable sillón donde solía pasar las resacosas tardes de  domingo. Su estado mental actual no distaba demasiado de aquella sensación, así que no podía ser malo. Se desplomó sobre el terciopelo verde, metió una mano entre el reposabrazos y el cojín adoptando esa postura que tanto le costaba abandonar, pero que merecía coger, aún con el estertor necesario para volver a la vida, y tan pronto como intentó sentir los muelles entre sus dedos tomó el tren hacia lo astral.

¿Había pestañeado? Seguía en la misma postura, sobre el mismo terciopelo verde y notando los muelles en las yemas. Lo extraño era el ambiente. Ya no estaba en la pequeña salita, ya no veía el pequeño espejo que enfrentaba la mesa, ni aquellos hilos que aventuraba a llamar alfombra. No había nada allí, salvo la botella de wishky que tenía en el tercer estante (que tampoco estaba) por si algún día la necesitaba. Esperanza sin cuerpo, y lo sabía. Tras hacer el estertor antes mencionado, asió la botella entre sus manos. “Wishky”, pensó. Aquella palabra siempre le había atraído, no por su imagen, sino por su léxico. Prefería decir: “Wishkey”. Wish… key… La llave de los deseos. Eso sí era una buena palabra. ¿Qué iba a hacer allí, en medio de ningún lado? Quizá os preguntéis por el entorno, pero ¿podríais decir el color de las paredes entre las que divagáis en un sueño? ¿Cómo explicar algo tan etéreo? Estaba claro que era un sueño. Intentó hacer aparecer ante sí algo que le apeteciera, pero no lo consiguió. Pasaron 5 minutos antes de que se diera cuenta. Tomó un trago de “Wishkey” y cerró los ojos.

Un timbrazo la bajó de la nube y ella llovió hasta la puerta. Cerró la puerta dejando como propina un “gracias” a aquellos guiris encorbatados. ¿Era posible que la migraña que sentía fuera resaca? Podía ser una sensación memorizada al levantarse de aquel sillón. No tenía suficiente descanso, quizá lo encontrase en la habiatación. Se dejó caer sobre aquella colcha tan infantil en la que otras veces se escondía y pensó en la situación. No estaba de humor, nada iba al derecho. Todo parecía estar en el lado opuesto de la pared donde apoyaba sus manos, exhausta. ¿Cómo podía llegar al otro lado de aquella pared si en esa habitación no había puertas ni ventanas ni siquiera esa pequeña rejilla llena de polvo para que saliera el humo? Acomodó la cabeza sobre la almohada alejando la mirada de la fría perpendicularidad de la derrota. Abrió un ojo, molesto por el haz de luz que se posaba sobre él, y lo supo. Ya sabía cómo llegar al otro lado de la pared. Se posaba en sus retinas aquel trozo de folio pegado con celo de la estantería, colocado entre el “Alma” y la “Cera”, aquella cinta… Vio que era una clara definición de la vida: caminamos en línea recta siempre y sin embargo, pasamos de estar en una cara a otra sin darnos cuenta, porque, en realidad, estamos en el mismo camino todo el tiempo. La vida, y el tiempo, solo deforman la óptica de la mirilla por donde los contemplamos y que tan poco nos deja ver. Acababa de entrar en la zona limpia del camino y la prueba era que la luz que le había molestado, colándose entre las cortinas, había alumbrado la solución.

Esto tampoco la pillaba por sorpresa. Ya le habían dicho antes algo parecido, un vago recuerdo le colmaba la lengua con la parte final de la frase. No era capaz de sacarla de su boca… ¡Qué rabia! Era algo como:
                               Las cosas buenas…

martes, 13 de marzo de 2012

Hipócrita gallardía


Rodeado por mí mismo
busco en un sino desierto
hazaña, locura de cuerdo
escalera hacia el abismo.
Miradas, calmedad en tempesta
menos y a la vez más lejos
en la hora indecisión (o reflejos)
hipócrita gallardía bien pasada ésta.
Caminar hacia tus labios
y entretenerse con un suspiro
que transforma ilusión en vilo
y cojones en ovarios.
Indeterminada exactitud,
certera aproximación,
el caminante entrará en razón
cuando libre brille al fin tu luz.

Amor en los bajos fondos


Paso, pienso, lento, siento...
Mientras tanto en mi cabeza
tú corres libre como el viento,
a latir mi alma empieza.
Involuntaria contradicción,
pues voy en busca de algo mío,
está atrapado en tu corazón,
las dos cosas que más ansío.
Cogiendo una, se hace ver,
la otra vendrá de la mano
para así, al fin, humano ser,
para así, al fin, ser humano.
Sólo queda ilusión en momentos
que sutiles alcanzan nuestros ojos,
impertérritos cruces de sentimientos
amor en los bajos fondos.

Relato

Allí yacía, tirado en su cama, habían pasado ya tres horas desde entonces, y seguía dándole vueltas. Si aquel señor no hubiera tosido, aquella mujer no hubiera mirado a su hijo o aquel cuervo no hubiera graznado… ¿dónde estaría?, ¿en qué pensaría?, ¿formaba todo aquello parte de un plan? No lo sabía, ni siquiera sabía cómo empezar a pensar en ello, era intentarlo y la pantagruélica montaña de opciones le oprimía el pecho hasta el punto de respirar sólo por inercia. Demasiado… ¡qué hambre!... Ya en la cocina, Sofía estaba haciendo con el envase de cereales algo, que, más que leer, sería lícito denominar con el término francés parcourir, caminar sin rumbo fijo: calorías, azúcar… Sólo el largo cabello que se desplazó a lo largo de la cabeza de Sofía impulsado por el aire que despertó el movimiento de un cuerpo inerte dirigiéndose al armario, logró romper la fingida naturalidad del momento. No se terció palabra. Únicamente resonó en los armarios el crujir de los cereales en la boca y el estruendo de unos, ya desgastados, engranajes cerebrales que decidían entre salchichón o mortadela como quien se fija en unos ojos mientras le preguntan algo y responde con un: sonrío y afirmo, espero no equivocarme.
Pedro salió de allí con el croissant en la mano (en efecto, no lo tenía claro). Sólo quedaban dos pasos para salir de aquel territorio hostil. Entonces la tensión fue fulminada por un carraspeo. Pedro se dio la vuelta, ella no levantó la cabeza, habría sido algún cereal luchando por escapar. Maldito cereal, había estropeado la “naturalidad” del momento. ¿Un cereal? Aquiles había caído con una flecha en un talón, pero…un cereal… Quería haber aguantado estoicamente, pero había titubeado con inseguridad, de hecho, sólo un inseguro pensaría en que había quedado como tal. Irrefutable, no había sido buena idea aquella incursión a esa azulejada y rancia cocina.
Dos mordiscos al sándwich (seguía sin tenerlo claro) y ya no tenía interés. Volvió a la cama, debería haberse quedado en la cama, quizá desde el principio. Que ¿Qué es el principio? ¡Oh! Perdonad, se me ha olvidado, con tantas galletas… (Ya he dicho que no estaba claro lo de la merienda).
En un principio, todo había ocurrido con verdadera naturalidad, había salido de casa, ido a la facultad, deseado morir en clase, comido e ido a tomar el helado a aquel restaurante donde trabajaba esa camarera, la de los grandes pechos… rutina. Tras saborear aquel helado, del mismo modo que escogería la merienda pero ocupado por un botón que no estaba donde debería estar; en lugar de por Sofía, salió de aquel sitio y cruzó el parque hacia casa, como siempre. Pero allí estaba ella, sentada en aquel banco, paseando su mirada por aquel libro sin tapas y sin título. Ése que podía cerrar en cualquier momento sin marcar la página porque no importaba por dónde lo abriera, siempre ofrecía un lugar por donde parcourir. Pedro se quedó inmóvil, enfrascado en sus pensamientos. Tan ensimismado que se había perdido a sí mismo, literalmente. Él había quedado quieto en aquel parterre mientras Pedro iba caminando, decidido, hacía Sofía. El pánico se había adueñado del Pedro incorpóreo, ¿qué estaba haciendo aquel ser físico con su persona, o la de Pedro, o lo que fuera? No podía creerlo, todo ese tiempo trabajando y esperando, para que, ahora, otro lo arruinara… Un momento, esto era nuevo, esos ojos, habían dejado de pasear y habían hecho un alto en aquel banco para darse un descanso en los de Pedro, el Pedro que aún podía rascarse la nariz (cómo le picaba). Todo estaba yendo bien, y eso era lo que peor le sentaba a aquel frustrado fantasma. Él había trabajado duro para conseguir a aquella maravillosa chica, no era justo que aquella alienación de sí mismo disfrutara del roce de los carnosos labios de Sofía. No era justo, no, no, NO, ¡NO! ¡Mierda!, qué picor más molesto. Se rascó. Ahora sí, qué alivio. Un momento, ¿alivio? Se había rascado. Volvía a estar en sí, y a juzgar por aquellos ojos anegados en decepción llevaba allí desde, al menos, el segundo “no”. Solo pudo reaccionar para observar, incrédulo, cómo cogía su libro sin tapas y se iba dejando el marca páginas de su aroma en aquel capítulo, en aquel parque. Entonces aquel señor tosió, aquella señora miró a su hijo y aquel cuervo graznó.

lunes, 12 de marzo de 2012

Ojo por ojo, diente por diente

Mirada que la pasión evoca.
Razón que de pasión abstiene.
Solo necesito saber si tiene
Nubes el cielo de tu boca.

¿Crees que de el cuchillo el filo
Pasarás rozando tantas veces?
Límite rebosado, ya con creces,
Por fin, puntada sucede a hilo.

Frenesí desenfrenado,
Sentimientos a remojo.
Previo a amor, quizá simiente.

Ausente eco rumoreado.
Uno desea: ojo por ojo.
Otra implora: diente por diente.